“Diecinueve”
Otra idea de la cabezona cabeza de Camilo Sandoval
(También escritor de otros cientos de cuentos leídos solo por su vieja. Que de paso,
no está más decir, los encontró bien malos)
“A 19 pisos de altura es poco lo que se puede dejar de observar”
El Autor
–Seamos honestos…– Dijo Antonio mientras lanzaba una bocanada de humo desde el balcón de ese nuevo departamento, tan de él pero a la vez tan ajeno. –Aquí no hay nada nuevo, o sea esto no es Nueva York, esa sí es una ciudad grande, con mucha gente, que, a ratos parece Babel güeón– Ese día había llegado a vivir a Santiago desde su querido Concepción. No sabía muy bien por que estaba allí, menos se había enterado el por que tenía que salir de su “entumido” Conce, pero ya estaba allí, sin ni un peso, solo, frente a una cuidad a la que por años siempre, le había dado la espalda, por contaminada, sucia, con miedo, la delincuencia, demasiado veloz… en fin todos los argumentos que son aplicables al tratar de hacerle el quite a esta nueva ciudad.

El conserje que ese día le entregó las llaves de su nuevo departamento ubicado en pleno centro de la capital, solo le tocó escuchar, como lo había hecho cientos de veces con otros nuevos inquilinos, oír esos cientos de motivos que los habían llevado a vivir allí. Para él, pensaba el viejito –Gente de mierda, deberían darse con una piedra en el pecho por tener donde vivir – El pensamiento no estaba de más, sobre todo tomando en cuenta que el vivía en una casita que con mucho esfuerzo construyó con sus propias manos, ubicada
–Por ahí, detrás de esa lucecita roja – como le indicó a Antonio cuando le preguntó.
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Don Juan Emilio llevaba toda su vida siendo conserje de algo, era prácticamente una cosa heredada, su abuelo había cuidado las dependencias de EEFFEE cuando los trenes todavía llegaban humeando a la gran estación central, hasta que le dio cáncer al pulmón por aspirar ese mismo humo, antes, tan romántico. Su padre era el conserje de la casa del terror en Fantasilandia, por muchos años, hasta que le “pasaron” a cortar un dedo del pie con uno de los carritos que había ayudado a encarrilar cuando “casi” se sale (La empresa lo indemnizó). Sus hermanos por otra parte eran conserjes de un par de condominios en Las Condes (es que habían terminado cuarto y eran casi los sabihondos de la familia) y nuestro don Juan claro, que por este año obraba en este nuevo edificio. Sí es que había que tener pasta para este oficio, no era algo –al lote – como el mismo orgulloso lo señalaba en cada oportunidad que tenía con sus amigos del club de fútbol de barrio.
Antonio por otra parte, dio un último suspiro a este aire con smog, para luego hacer el comentario má' güebón que se le podía ocurrir en ese momento.
–¿Cuanto chucha se demorará en caer un escupo hasta el suelo desde aquí? – y lo dijo en serio mientras miraba con el poto empinado al estacionamiento del que ahora era su hogar. La “preguntita” le cayó como patá en la güata a Don Juan Emilio, sobre todo, tomando en cuenta que el sabía a cuanto ascendía esa cifra. –No sea loco amigo, ni se le valla a ocurrir hacer semejante tontera- Le señaló con un tono autoritario, al joven egresado de Bio Química industrial, quien sí tenía mucha ganas de hacer el test. Lo dijo de verdad, era su pega evitar que le ensuciaran el estacionamiento, no por que no le hubiera llamado la atención saber, por que él hubiera “aperrado” como hizo la primera vez que le tocó cuidar un edificio en gran avenida. Frustrado, el “Toño” como le decían sus mas cercanos, amablemente le indicó la salida al señor conserje.
La historia hasta aquí puede sonar bien “Penca”, pero era seguro que ahora sí se ponía interesante, lo cierto es que desde este punto hacia atrás no había regreso, ambos sabían que al cruzar la puerta el “nuevo” iba a hacer el intento de escupir con todas sus fuerzas hacia el suelo. Pero antes, necesitaba algo, “Por que si se hace algo hay que hacerlo con profesionalismo” como el mismo Antonio decía en sus clases de ayudantía, que daba en la U de Conce, frase que usaba para impresionar a las mechonas, quienes era el verdadero motivo para hacer esas, más que “fomes” clases. Así corrió a buscar en su mochila (Lo único que había en todo el depto.) un cronometro que le había regalado su tío Ricardo campeón de 100 metro planos. No estaba seguro si lo había echado, pero en el peor de los casos el celular podía servir para el objetivo.

Al otro lado de la puerta mientras esta se cerró, don Juan, no espero ni un segundo para partir corriendo a llamar el ascensor numero 3, que el sabía subía más rápido, él estaba atento a hacer su trabajo e iba a impedir a toda costa que ese cronometraje se llevara a cabo. Bajó cuan raudo era la máquina que lo transportaba, mientras buscaba en su chaqueta esos lentes del tipo “paco” color amarillo que le permitían ver mejor en la tarde-noche. Era indispensable ver bien y con precisión hasta ese penúltimo piso y evitar que le ensuciaran el estacionamiento que, con tanto esfuerzo barrió durante horas la semana anterior.
Antonio por otra parte, buscaba de forma enfermiza entre los cientos de cosas que traía en la mochila, disparándolas sin control por toda la pieza. De la nada pegó un grito –Ajá! Te pillé maricón– Dijo mientras empuñaba el cronometro negro, marca CASIO regalo que su tío velocista le dio junto con las últimas palabras antes de morir, esas fueron -“La vida pasa muy rápido”- seguido de un quejoso -“Conchasumadre”- Recordando lo de la rapidez, corrió por entre la puerta nuevita, el living-comedor-mesita de estar y esparcimiento hasta que llegó al vértice del balcón. Miró hacia abajo, hizo algunos cálculos, su mejor apuesta, tomó una especie de vuelo, y “carraspeó” hondo, tratando de extraer su mejor escupo, lo hizo dos veces más. Tristemente, la noche anterior, en su despedida, se había caído a la bencina, no de modo figurado más bien a raíz de que en la borrachera, una vez que se les acabó el “trago”, salió junto a su amigo “El Tierra” y “El Pato”, apodados así por que el primero siempre andaba botado, de curado y el segundo por que nunca tenía dinero, solo el auto que los transportaba a las juergas, esa noche en la busca de más “copete” el auto del “Pato” se quedó sin bencina, no quedó otra que robar un poquito de un auto que estaba estacionado, así que en el chupe de la manguera “Zuipp!!” tomó bencina. Por todo esto, estaba –más seco que escupo de Bin Laden – Ahí en esa misa analogía que brillantemente le hizo reír, recordó que tenía una “pilsoca” en el refri.

Don Juan y encargado de que nadie escupiera SU estacionamiento, cruzaba a toda velocidad el hall central del lugar, cuando de pronto vio a una familia que seguramente quería preguntar por los deptos que todavía habían disponibles. Lo sabía por que, parte de su trabajo, era conocer a las 670 almas que habitaban el edificio. Esta era la típica familia chilena, cuarentones, 3 hijos (la parejita y el concho) El, flaco y de lentes, ella media “rellenita” por tanto cabro chico (“alguna vez debió ser re buena” Pensó el viejito) –En saludarlos y darle la bienvenida tomaría por lo bajo 10 segundos, responder las preguntas de rigor quizás 20 más y entregarles los folletos con todos los datos y preguntas que tuvieran los “clientes” serían uno 40 más –. Sumado a esto, pensó también en la sumatoria de esta ecuación. En la cabeza del profesional daba un total de 70 segundo por lo bajo y contestando a toda velocidad. Eso le impediría lograr su objetivo principal esa tarde. Sin embargo era algo que había cambiado el rumbo de las prioridades. –Un momento! – exclamó en su cabeza, había pasado a llevar un detalle, el padre de familia llevaba zapatos “Panamayak” si, como leyó usted señor lector, con “Y”. Eso para el Juan, era seña clara que realmente estaban solamente curioseando para pasar en esa tarde Domingo. Porque si ese padre de familia calzaba lo mismo que él, era muy posible que viviera “Por ahí, detrás de esa lucecita roja”. Así que, con una sonrisa de oreja a oreja, cuando el Padre de familia le preguntó –¿Cómo están los deptos amigo?– Rápidamente y con una venia, “Juanito” como ya con cariño le decían en el edificio, se limitó a responder –Lo siento caballero, no queda ninguno disponible, hoy llegó el ultimo inquilino – Frase que acompañó astutamente con la acción de abrir la puerta para que salieran “rapidito” del edificio y fue, lo que acompañado de un despistado –Gracias señor – dijo la familia a coro, mientras salían de allí.

El refrigerador había estado enchufado solo un par de horas desde que estaba allí, venía con el departamento, El “Toño” sabía que la “Pilsener” estaba todavía media tibia con el viaje. No importó, la tomó y mientras la abría corrió hasta el borde del balcón y la bebió con ansias hasta terminarla con un sendo flato que sonó hasta Kennedy. –¡Upa! Chucha! Me repapié– exclamó mientras perdía el equilibrio, precariamente…
Todavía había que rodera al edificio para detectar al posible escupidor, mientras apuraba el paso, que se transformó de rápido a correr, limpiaba minuciosamente las gafas “EagleEye” como rotulaba en uno de los bordes de las mismas. Antes de dar la vuelta al muro que lo separaba del objetivo, escuchó un tremendo flato que le hizo exclamar –Salud – mientras corría y se ponía a tiro del infractor…
El equilibrio pasó de tonteo a ultra brigido y si darse cuenta Antonio dejaba caer, cronometro y cadáver de cerveza en lata, para tratar de agarrarse de algo y evitar la inminente caída, era inútil y solo atinó a exclamar –Conchatumadreeeeee– Tal como hiciera el tío velocista en sus últimas palabras.
Don JM como le apodaron los amigos del Club de rayuela corta, no alcanzó a posicionarse para avistar al inquilino, cuando vio emerger desde el balcón unos brazos que trataban de encontrar sujeción, seguido de un grito ensordecedor que para el sonó algo así como –Ayúdame madreeeeee!!– No había nada más que hacer, ni siquiera verle caer, se dio media vuelta, para lo que sabía terminaría el turno de esa misma tarde. Ir por la palita, la escoba, la manguera y la espátula para limpiar a otro viciado escupidor inquilino que caía del 19.
FIN
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La verdad es que al principio no me habia gustado mucho asi que lo tuve que volver a leer para ver si le encontraba algo interesante y me gustó el relato por que creo que habla de que cuando una persona se obsesiona con algo no descansa hasta conseguirlo le digan lo que le digan es algo que ya se metio en la cabeza y no se puede dejar de no hacer.