Plaqueta "Sangre al sur del mundo" Epílogo
Concepción, Chile. 2041
A QUIEN LE INTERESE Y SEPA LEER.
Vivo en Concepción, Chile. Una ciudad de mierda, dentro de un país de mierda que casi nadie conoce, excepto por un par de cosas que ya les contaré y que le dio fama mundial. En esta ciudad llueve casi todo el año y cuando lo pienso pareciera que llueve con rabia, nunca lo vi de esta forma, hasta ahora. De píe en el balcón mientras mi vestido, que pronto tendré que quitarme, ondea al ritmo del viento, el ocaso hace que la lluvia se torne naranja, no lo había notado, pero cuando llueve con sol, el agua que cae se torna de colores, los mismos que toma el sol cuando se va, amarillo, naranja y rojo. El edificio que me cobija está en pleno centro, yo, en el último piso, el octavo y desde allí puedo ver casi toda la ciudad, en decadencia, como está ahora. Digo en decadencia y utilizo ese termino tan… decadente, por que la verdad no queda otra explicación para lo que pasó los últimos veinte años, donde la olla, fue destapada, no por los medio televisivos o de prensa escrita que antes tenía el poder de decir la “firme”, más bien por lo que era la verdad evidente, que frente a nuestros ojos, se había gestado por cientos de años, quizás miles o realmente, desde siempre, incluso antes que nosotros los humanos, habitáramos la tierra. Eso nunca nos pareció importar, por que nos creímos amos y dueños de todo lo que nos rodeaba, cuando en realidad no éramos más que inquilinos de un lugar mucho más ajeno que propio, simples visitantes, solo turistas o como “ellos” dicen, simples “bolsas”. Al amigo de mi padre, nadie le hizo caso, eso pasa con los artistas barbones, característica física que debería incorporar rasgos de inteligencia al sujeto, más en este caso puntual, la del tío Camilo, solo sirvió para que en sus últimas horas de locura, terminara arrancándosela de raíz. Por allá por el 2021, cuando aún no tenía yo diez años, solo se le escuchó gritar en el hospital psiquiátrico de Concepción frases que eran ilegibles, años atrás se le entendía clarito.
Su teoría comenzaba por allá por el 99 cuando un joven Penquista, Jorge Matule, desapareció en circunstancias, por decirlo menos, misteriosas. Su cadáver fue hallado el 2004 a orillas del río Bio Bio y tanto su desaparición como posterior hallazgo, nunca fueron esclarecidos, no por lo menos por un tiempo, un largo tiempo. A eso se le sumó una larga lista de la misma índole que a nadie parecían perturbar, excepto al tío o a sus respectivas familias y que claro ya sabemos donde terminó. Al nombre de Matule se le sumaron otros como Sergio Mardoj, Alicia Montenegro, Carlos Saldías, Rubén Sotomayor, Alejandra Saavedra… Etc. Todos jóvenes de no más de 26 años, muchos de los cuales nunca fueron hallados. Esto, más los miles de casos en el sur de nuestro país, donde parecía haberse transformado en un hábito desaparecer sin dejar rastro alguno, transformaron a la Ciudad de Concepción en un verdadero triángulo de las bermudas, en la que la estadística, favorecía a esta lluviosa ciudad con un 43 % de desaparecidos con respecto a las otras regiones de nuestro país.
La teoría del tío barbón era sencilla, pero a la vez un poco irrisoria. Para él, este asunto era sencillo y tenía una sola explicación, misma que lo llevó al psiquiátrico cuando el tema se transformó en una obsesión… Así sin más lo que gritaba a diestra y siniestra era la palabra “Vampiros”.
La gente se río de él, si le hubiéramos hecho un poco más de caso, no estaríamos así como estamos ahora. Con el tiempo, el chiste y la locura del tío se transformaron en realidad, una que por cierto parecía sacada de una novela de Bram Stoker o Anne Rice, a diferencia de que esta no era de mentira y que todo eso de lo que habíamos escuchado en leyendas se había por fin transformado en realidad.
Los vampiros o hematófagos, como prefieren ser llamados (Como si no nos quedara otra), un día sin más se lanzaron a las calles, muchos de ellos, ya ocupaban cargos públicos y otros sencillamente estaban tan cerca de nosotros que no alcanzamos a reaccionar cuando la mitad de nuestras familias estaban succionadas y secas como un trozo de charqui. Una pena verdad? Si, una real pena, nada más que con el tiempo la pena esa se transforma en algo cotidiano, en algo con lo que se aprende a vivir, haciendo que nunca nos aferremos a nadie mucho y que nuestras emociones sean lo más breve posible por que hay que sobrevivir, como sea.
Acá en el octavo piso, entre Aníbal Pinto y Castellón en la gloriosa ciudad de Concepción, siempre habrá un refugio para quienes tengan miedo, o para quienes simplemente quieran dejar de correr.
Mi nombre es Anaíz Glare, tengo cerca de 21 años, no lo tengo claro, por que en algún momento de esta locura, cuando al estado tuvo la genial idea de lanzar una cura, un gas que se esparció por todo el mundo, la mayoría de los humanos perdimos la conciencia y para cuando despertamos habíamos perdido parte de nuestros recuerdos. Si, fue una “brillante” solución, pero la verdad eso ahora da lo mismo, lo importante es que más que mi gusto por escribir, o por recordar, a mi corta edad, en vez de a esta hora irme a la cama o salir a “carretear”, como según mi padre se decía antes, cuando los jóvenes como yo salían a divertirse, esta niña que ahora escribe, es menos niña o menos joven que los de esa época, esa en la que mi tío Camilo y mi padre salían de “joda” y podían llegar de madrugada, ahora debo decir que soy más mujer que las de antaño y que sé cosas que no aprendí en la universidad, por que no existe, sino que las aprendí por que es necesario, cosas cotidianas, como desarmar un fusil de asalto M-16 o cortar y atravesar lo que sea con una catana japonesa. Cotidiano no?.
Está oscureciendo, es hora de que algunos se escondan, de que otros, los peores, salgan a alimentarse y de que claro, nosotros los Glare salgamos a hacer lo que mejor nos queda en este mundo de mierda, es hora de salgamos a cazar.
“Buenas” noches.