Amiguita (Capitulo II)
Terminado mi examen de titulo todo fue alegría, felicidad y una cierta pero tímida euforia que apretaba mi pecho por salir. Después de todo fueron largos 6 años de estudio en los que solo me había preocupado por ser la mejor, la mejor de las mejores y nada, nada más. Luego de las respectivas felicitaciones entregas de certificados, notas, discursos y otros, estábamos por fin fuera del sistema educativo. Muchos de mis compañeros no podían con la alegría, así como los reprobados tampoco con la frustración, nos felicitaban y nosotros les brindábamos unas “palabras” a modo de premio de consuelo –Un año más no es nada, pasará volando– Les decían, mentiras, todos sabían que era otro año de trasnoches, leer, dar certámenes y todo, todo de nuevo. Una lata por ellos, pero bueno que diablos, nadie les puso una pistola en la cabeza para que salieran a tomar los días de semanas o en el más pastel de los casos nadie lo obligó a llegar raja a la entrega de tesis, por nombrar algunos de los ejemplos más “destacados”
Mamás, papás, primos, hermanos, abuelitas y “tíos” presentados espontáneamente por doquier, eran un banquete de gente nueva para mí, digo nueva por que nunca los había visto, lo que ellos no podían decir de mi, esos señores y señoras que con tanto esfuerzo demostraban su orgullo por haber sacado a sus hijos adelante, que al verme con mi traje de dos piezas parecían conocerme tan bien –Ella es la Carlita– Me presentaban mis compañeros al tiempo que me mostraban como una figura de un circo freak que llegaba a la ciudad. La reacción era soportable, más no la actitud que trataban de esconder bajo esa sutil impresión sobre mí –Mucho gusto mijita– Decían, para luego cuchichiar entre ellos al oído cosas como “La mejor alumna” o “La niñita aplicada” y la que más detestaba, esa que provenía a modo de replica de mis compañeros por esos comentarios “Consiguete una vida". Qué les importaba tanto que no me fuera de fiesta con ellos todas las noches?.
Los panoramas para celebrar esa noche eran de lo más variados, la clásica cena familiar donde el papá dice unas palabras, recuerda al niño cuando güagua, saca hasta fotos del bebé pilucho y todos terminan llorando. Los otros que irían a algún pub o discoteque a quedar lo más borracho posible para olvidar lo mucho que se "sacrificaron". Y por supuesto el típico asado donde el tío queda curao y termina quemando la carne.… Lo mío, lo mío era totalmente diferente y de seguro dentro de todo lo “tontita” o “aplicada” que me veía era por lejos el carrete más lanzado de todos, el primero mío que tendría después de tanto tiempo y en el que realmente me importaba realmente poco en que iba a terminar. Si claro, todos tenía un panorama y entre tanto beso, apretón de mano y lágrimas yo por otra parte solo me limitaba a recibir las felicitaciones de mis pares no más, por que entre esa muchedumbre no había nadie esperando por mí con un ramo de flores o alguna alhaja que recordara ese momento para toda la eternidad, no me importaba, estaba acostumbrada a eso, mal que mal el accidente de tránsito en el que perdí a mis papás había pasado siendo yo aún una niñita y digamos, por decirlo sutil, que no era tema para mí. El orgullo o cariño que sentía no venía de mis pares, sino más bien de mi misma, del sacrificio que por tantos años había hecho, era lo único que me importaba y quedaba.
Así y mientras trataba de pasar los más desapercibida posible entre la gente, abrazos, brindis y carcajadas con el perfil más bajo que podía, desde el fondo y saltando como una cangura con un color rosado intenso, pude distinguir los gritos eufóricos de quién más que, ella, mi amiga, la única que por nada del mundo se perdería un evento como este o como ella diría “O sea! En verdad galla! Esto no, (Pausa y manito al pecho) me lo pierdo!! ” lo dice con una verdad y autenticidad que nadie podría negar, y si, yo también me ponía feliz de verla y que estuviera allí, en ese día tan importante para mí, mal que mal era mi única y más querida amiguita.