(Capitulo I)
Mi amiga, la Anita María, siempre fue loca, desde el colegio, cuando por ejemplo le dio, a modo de meta de vida, besar a todos los compañeros de su lista "Minos" del Sagrado Corazón, donde estudiábamos en Concepción, Chile. A todos, incluso a los del cuarto que eran mucho más grandes y por consiguiente también mucho más minos. La verdad, ahora que teníamos 26, sin los chapes y más bien "pelolais" de moño improvisado con lápiz, no había cambiado en nada y cuando se proponía algo siempre lo lograba.
Desde hace un tiempo estaba saliendo con un tipo que estudiaba en la UBB, arquitectura. De esos que viven en sus talleres entre planos, maquetas y jodas infinitas que se hacían ahí mismo entre, todo lo antes mencionado. Yo, como su mejor amiga, lo sabía muy bien y con lujo de detalles, a pesar de que hubiera preferido enterarme solo de la mitad y con hartos menos detalles de las partes, que ella consideraba tan, tremendamente "hot" (Debe por eso que le llaman "Intimidad").
Cuando habían pasado casi seis meses de andanza con el "arquitonto" me llama por teléfono demasiado temprano, era signo de que, algo malo había pasado, de que algo muy bueno estaba pasando o, que se había pasado en banda sin dormir, otra vez y necesitaba que sacara el escarabajo del garage para ir a buscarla otra vez. Seguro había quedado raja, entre tanto pisco, vodka, chela, pito, mote y como ella decía con tanto entusiasmo – Pico amiga, estoy llena de pico güeona – Me hacía tanto reír. Como pude y solo por que era ella, le contesté, pero antes que dijera aló, desde el otro lado escuché la estridencia de su voz en mi orejita derecha, que como despertador antiguo me levantaba bruscamente, mientras el eco de las gaviotas resonaba como un parlante en mi oreja izquierda.
–Carlita gueona, galla, amiga!!!– Por su voz solo estaba contenta y un poco entusiasta, nada malo había pasado, siguió.
–Gueona, este mino… este mino… este mino…– Corrijo, si estaba un poco borracha, seguro con vodka, era el único trago que le hacía repetir. Gritó desde el otro lado del auricular.
–…Este mino es!!– Se refería a que otra vez, este tipo podría ser un posible candidato de marido, soñaba desde que tenía siete años, con casarse. A esa hora, le contesté amorocita, como pude, era mi amiguita.
–Anita, puchas que me alegro por ti amiga, en verdad– Tras ella podía escuchar perros ladrando y el ruido propio de la calle en movimiento, quizás donde estaría, retomó aspirando aire profundo y medio moquillento.
–Amiga, carlita gueona, necesito urgente, hablar contigo y pedirte un favor. Voy para allá– Antes que dijera, decidiera o contestara algo ya me había cortado.
No alcanzaron a pasar cinco minutos cuando sonó el timbre. Claramente era ella. Abrí la puerta con la campanita que sonaba tediosamente cada vez que esta se movía. A contra luz pude distinguirla, apoyada con codo y mano en el umbral, con una botella de absolute en la otra y mirando el suelo. Su cara tierna pero desorbitada apareció de a poco a medida que tambaleándose entraba en la casa. Sus ojos rojos de tanto fumar cuete hacían que no se le distinguieran los ojos color verde oscuro que tenía por derecho propio, su piel blanca como sucia, sus piernas largas y su pelo mal teñido a esa hora de la mañana hacían que se viera como triste, incluso le lucían poco las siliconas que su papá le había regalado a modo de compensación por toda una vida de abandono, mucho menos la lipo que la mamá le había dado con la pensión que juntas habían "peleado" después de la separación con el que nunca había sido su padre, no así muchos otros que su madre "cuidadosamente" se encargó de escoger, cual de todos más pastel.
Subió derecho a mi cama, se dejó caer de un solo golpe, donde calló quedó y durmió, como un "angelito" solo que ya no lo era, no por lo menos mientras no le quitara de entre los agarrotados dedos la botella de vodka, que por cierto ya más nada tenía. Parecía que no había dormido en años, que llevaba de parranda toda la vida, en parte, así no más era.