Amiguita (Capitulo III)
Rodé la cama y me instalé de brazos cruzados frente a la cajas
que quedaban, con ambas manos levanté la tapa que la cubría
solamente para ver que lo estaba dentro era algo que jamás hubiera
comprado pero que, siendo bien sincera, en un rinconcito de mi
inseguridad, había querido usar. Bajo el papel, también blanco,
transparente y abundante, un vestido color rosa elasticado, corto, muy
corto, tanto así que al verlo a primera vista me di cuenta que no
había de llegarme a más de 10 centímetros bajo las “pompas”.
Tenía un diseño en blanco de lo más pop art, en el que en un
primer plano se distinguía el rostro de una mujer de gafas con un
cigarro en su boca que miraba lasciva mente de costado a quién lo
luciera. Además tenía solo una de sus mangas, esta larga hasta la
muñeca y en el otro costado solo un tirante de lo más delgado que
convergía en un ángulo profundo para terminar en un escote
descomunal. “Te pasaste Anita” pensé, por ningún motivo me
pondría algo como eso en mi vida, o sea, no tenía ni el cuerpo ni
la actitud para usarlo y mucho menos la “patudez” para lucirlo.
Seguí revisando. En la primera de las bolsitas paradas había un par
de botas taco aguja, pero al máximo, de más de 10 centímetros de
alto, del tipo bucaneras, de esas hasta las rodillas, color negras y
de un material que parecía de raso, eran realmente hermosas, suaves
y de seguro en quien las usara proyectaría una sensualidad sublime.
Yo, claramente “no era el caso”, me dije mientras las contemplaba
y tocaba en todo su largo. En la segunda bolsita había ropa
interior del tipo “mínimamente transparentosa”. Esto ya era el
colmo, por un momento como que me enojé, sentí rabia con la Anita,
por que pensé, era bien desubicado de su parte regalarme esta
“clase” de prendas tan intimas… Pero, era todo tan lindo y tan
diferente a lo que alguna vez había usado, que luego de mirar cada
una de las piezas, me animé a probarme el conjunto de lencería, mal
que mal, era algo que solo yo sabía tendría puesto bajo mi clásica
tenida que incluida el mismo par de jeans de siempre.
Me tomé mi tiempo, escondí el conjunto compuesto por brasier,
calzones, medias entre la toalla y a hurtadillas crucé el pasillo
para llegar hasta el baño que aún estaba empañado y tibio.
Mientras me duchaba pensé en hartas cosas, en la titulación, en los
pelotas de mis compañeros de carrera, en la Anita, en su mino, en lo
que nos esperaba para el resto de la noche, en lo que pasaría
mañana, pero lo más importante y que no podía sacar de mi cabeza
era como luciría yo, la “Carlita” en el conjunto que reposaba
sobre el peluche cubre tapa rosado que engalanaba al máximo la taza
del baño y cada cierto rato me asomaba por la cortina de la ducha
para ver si seguía allí, cada vez que lo hacía descubría un nuevo
detalle en sus encajes, por un momento me sentí otra vez como una
niña que espera la noche buena para probar sus patines nuevos, esos
que siempre había querido pero que nunca tuve. Cuando por fin
terminé, con una calma que hasta a mi me estremecía me fui probando
cada una de las piezas, mientras, la que ahora era mi anfitriona, se
oía en el primer piso arreglando y corriendo de un lado para otro,
con prisa al más puro estilo conejo blanco de Alicia en el país de
las maravillas, por supuesto siempre canturreando algo, el soundtrack
en ese momento era la canción de “Dirty Dancing”
Cuando ya tenía puesto el sostén transparente que lucía unos
detalles brillantes en las tiritas, mismas que tenía la pantaleta
también transparente que hacía juego, solo me quedaba las medias de
igual color con encaje a media pierna que vestí lentamente para no
embarrarla y que quedaran chuecas, fue un trabajo arduo y complejo.
Como me vine, me regresé, en puntillas llegué a mi pieza y mientras
buscaba en la habitación mis jeans pensaba que jamás me había
puesto medias en mi vida y lo suave y rico que se sentían era algo
totalmente nuevo para mí, así como la presión que ejercían los
encajes con interior de silicona que se aferraban a mi muslo, era
realmente extraño, diferente y bien entretenido. Con la lencería
puesta y sin haber encontrado tirados por ahí mis jean me vi en la
obligación de pararme a buscarlos, de seguro en el closet o baño,
pero esto fue inútil, no estaban por ninguna parte, así como
tampoco prenda alguna de las que tenía. Como pude, abrí un poco la
puerta para gritarle segundo piso abajo a la Anita –Anitaaa!!…
Oye donde dejaste mi ropa?!– Ella siguió tarareando una de Black
Eyed Peas como si no escuchara o pretendiendo tener audífonos
puestos, cosa que de seguro era falso. En ese punto solo tenía una
opción, dejar de resistirme y ponerme lo único que había en la
pieza, el contenido de la cajita blanca. Mientras me calzaba las
botas y el vestido rosa solo pensaba en lo gorda que había de verme,
esto que contrastaba con la presión que ejercía el vestido sobre mi
cuerpo metiéndose en rincones que daban la impresión, ni siquiera
conocía, sin por solo un segundo mirarme en el espejo de mi cuarto.
También pensaba en que si lo que había en la primera caja, era un
regalo de mi “hermana” no quería ni imaginarme lo que habría en
el otro que sindicaba como mi “Amiga”.